domingo, 6 de noviembre de 2011

En busca de la inmortalidad...



 Uno de los grandes objetivos del hombre ha sido siempre el de revelarse contra la propia naturaleza, saltarse las dos leyes que hasta ahora nadie ha podido romper: la de nacer y morir 

Como si del Dr. Frankenstein se tratase, han sido muchos los científicos que se han obsesionado con la idea de conseguir el elixir de la eternidad. No queda mucho para que el sueño sea una realidad.

Uno de los primeros fue el Doctor Andrew Ure de Edimburgo, que en 1818 estaba convencido de que la electricidad era el arma invisible que iba a permitir revivir a los muertos. Para su experimento utilizó el cadáver de un criminal, por lo que, si había sido condenado a muerte no podían moralmente traerle de nuevo a la vida. Lo primero que hizo fue vaciarle toda la sangre, para que si el experimento funcionase, no fuese por mucho tiempo. Cuando el cadáver recibió las descargas, comenzó a emitir sonidos, a moverse por espasmos hasta que se incorporó y en un momento dado señaló a uno de los médicos que en aquel momento cayó desmayado por el impacto.

Otro de los predecesores fue Luigi Galvani, en el siglo XVIII experimentó con animales antes de dar el gran paso a los hombres. Durante mucho tiempo, iba por los pueblos y ciudades demostrando cómo podía revivir a los animales. Lo hacía a través de electroshocks y su deseo era intentarlo con cadáveres, pero nunca lo consiguió.

Jean Baptiste Vincent (ref*) buscaba resucitar al menos las cabezas de los cadáveres. Estamos en el S.XIX, donde la guillotina en Francia hizo que tuviese gran facilidad de conseguirlas. Jean iba escribiendo un diario de todo lo que realizaba y en una de esas entradas nos cuenta que su gran éxito fue con un cadáver con el que consiguió contracciones en los párpados, en la frente y en la mandíbula gracias a la inyección de sangre de vaca.

Robert White y Vladimir Demikhov

Entre rusos y norteamericanos siempre ha habido una lucha constante por demostrar quién conseguía más logros y en este campo no iban a ser menos. A mediados del siglo XX, el norteamericano Robert White y el ruso Demikhov ya trabajaban para conseguir la inmortalidad.

En 1952, Demikhov consiguió trasplantar un corazón a un perro y un año más tarde, consiguió insertar la cabeza de un cachorro al cuerpo de un mastín adulto. Después de la operación, los médicos observaron cómo los dos perros sobrevivían y convivían durante unos días hasta que finalmente murió.

En la actualidad, hemos conseguido trasplantar casi cualquier órgano de nuestro cuerpo con éxito, excepto del cerebro. El Doctor White consiguió llevar a cabo el primer trasplante de cerebro con éxito sobre un primate. El experimento consistía en unir la cabeza del mono al cuerpo de otro consiguiendo que éste pudiese ver, oír, oler y es muy probable que también sintiese dolor.


Experimento Cabeza aislada de perro, del Dr. Demikhov




Experimento Transplante de cabeza de mono, del Dr. White


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